Cuando a una banda le llega el tiempo de su madurez, generalmente debe pasar primero por un período de oscuridad, dolor y genuflexión*, donde el horizonte se vuelve borroso, las noches, turbulentas, y la cerveza, vinagre. Las historias se repiten por doquier, los ejemplos abundan... y no dejan de abundar.
Así, como tantas otras agrupaciones musicales, la Kléber Chalá Band tuvo su período negro, de oscuridad, keynesianismo y dolor; y finalmente logró salir a la luz, empezar una nueva etapa, alcanzar la madurez, comenzar a trabajar en nuevos proyectos, nuevas y revolucionarias ideas, enormes panzas multicolores.
Ayer, jueves 10 de febrero de 2005, la Kléber Chalá Band volvió a escena. Con cambios, con muchos cambios que iremos detallando a lo largo de esta crónica, pausada, minuciosamente, para que el lector no se pierda de nada.
En primer lugar, un viejo anhelo de la banda se ha hecho realidad: por primera vez (léase: segunda), la banda contó con un bajo, magistralmente ejecutado por un misterioso y deconocido personaje que se apersonó en la casa de uno de los integrantes de la banda, comió sus milanesas y su puré de patatas y se autoproclamó "el nuevo bajista de la Kléber Chalá Band". Ante su ímpetu, decisión e intimidante porte físico, la banda decidió aceptarlo. Con buenos resultados, de todos modos, aunque con un estilo que generó polémicas. Cuentan quienes tuvieron el privilegio de presenciar el ensayo, en una sala en la que no había nadie más que los músicos, que por momentos, este exótico bajista... se sentó, tocó sentado. Esto, lógicamente, provocó la ira del sentado baterista, que igualmente debió reprimirla, intimidado ante el ya comentado porte físico del misterioso bajista.
El paro de subtes y el consecuente caos de tránsito que asoló a la ciudad, impidieron que el tecladista estrella de la banda se presentara a horario para el ensayo. Esto inspiró a los muchachos para componer un tema contra los paros, los piquetes y todas las formas del egoísmo y la putrefacción moral. Sin embargo, esta inspiración no fue aprovechada y se perdió en el frío de la noche porteña. Así que no hay temas nuevos.
Lo que sí era nuevo era la sala. Dejando atrás la gloriosa salita de Boedo (barrio de tango, cultura y San Lorenzo) que los vio nacer, los chalases se mudaron al coqueto barrio de Caballito, más acorde con su actual poder adquisitivo, fruto del éxito musical que los coronó durante el año pasado. La nueva sala contaba, para inmensa alegría de los músicos, con luces de colores que podían ser reguladas por los propios ejecutantes, creando bellos efectos sobre la percepción, y desbordaba de alegría al baterista, ya que los artefactos lumínicos dibujaban sobre la húmeda pared los colores del club de sus amores.
Como si no hubiera pasado nada, La Kléber Chalá Band ha regresado, y por ahí, existe alguna posibilidad que sea para quedarse. Me voy, chau.
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